Los exámenes que nos faltan rendir*

Hay dos cosas que aún no sabemos: qué ocurrirá cuando el Frente Amplio pierda el gobierno y en qué estado quedará nuestra convivencia política.

Respecto de lo primero, ¿hay que preocuparse por cómo reaccionará el Frente ante una derrota? Yo creo que sí. En su interior existe un núcleo muy consistente que concibe la política en términos de correlación de fuerzas entre bandos irreconciliables -un ejemplo reciente fue la declaración de su Mesa Política respecto de Venezuela en diciembre (1)-, y hay muy buenas razones para pensar que al menos los  sectores que integran este núcleo no aceptarán una derrota electoral como parte de la normalidad democrática. En tal caso, ¿qué harán con su enorme poder de presión extraparlamentario?

En cuanto a lo segundo, están en crisis los presupuestos para la convivencia democrática que se establecieron entre 1916 y 1919 y marcaron la vida del país durante algo más de seis décadas. Sobre dichos presupuestos influyó muy decisivamente la manera en que entendían la política los blancos de la época -representación proporcional, pluralidad de partidos y de fracciones en el interior de los partidos, parlamento fuerte y coparticipativo, gobiernos de coalición- en oposición al mayoritarismo tradicional colorado expresado en la idea de gobierno de partido único con el acento puesto en los núcleos dirigentes (2). Lamentablemente esa versión de pluralismo representativo, que en su momento fue sumamente original en el mundo entero, quedó a medio camino y no cristalizó en el marco institucional que mejor le hubiera convenido, el parlamentarismo. Todo esto está muy bien explicado en el texto de Carlos Pareja titulado «La encrucijada refundacional de 1916» (3).

Pero a mediados de los 90 del siglo pasado se produjo una inflexión y aquella impronta que dominó la vida política durante tantos años sufrió un duro revés. Esta vez fue el partido blanco quien asumió la tradición colorada del mayoritarismo y ayudó a plasmarla en la reforma electoral de 1996 que introdujo el balotaje. Desde entonces el país se quebró en dos bloques. Es cierto que esta situación venía alimentada por una suerte de oposición fundamental -no constructiva- del Frente. Pero al traducirse en un sistema que justamente promueve la concentración en bloques provocó que la brecha se tornara infranqueable. En descargo de los partidos tradicionales hay que reconocer que a pesar de todo mantuvieron vasos comunicantes con la oposición.

En cambio, cuando el Frente llegó al gobierno le dio a esta variante mayoritarista su expresión más acabada. Nada se parece más al gobierno de partido de la tradición colorada que los tres gobiernos últimos, que prescindieron por completo de la oposición y aplicaron una concepción exclusivista de la política parecida a la que existía en Uruguay en el siglo XIX (4). Una de las ideas centrales de dicha concepción es que no hay mal peor que un gobierno del bloque contrario. Lo que aprendimos a lo largo del siglo XX quedó seriamente dañado.

A todo esto se añade un elemento igualmente preocupante: según las encuestas de opinión, el deterioro moral y político del Frente no se traduce en un crecimiento de los partidos de oposición. A pesar de su descontento una parte muy considerable del electorado frentista considera que no puede votar a los partidos tradicionales bajo ningún concepto. Estos ciudadanos quedaron atrapados entre seguir convalidando a una coalición que los decepcionó u optar por partidos que consideran ajenos a sus convicciones morales. ¿Qué harán el día de las elecciones? Es difícil saberlo. Pero sea cual fuere el destino de esos votos, lo cierto es que dos mitades casi exactas de la población no se sienten parte de los fundamentos y la escala de valores que articulan a la otra. El consenso que nació en la segunda década del siglo XX ya no existe. La interrogante es si se puede reconstruir o tendremos que refundar el país sobre bases nuevas. En el pasado el Uruguay supo sacar energías de sus mejores tradiciones cívicas para superar situaciones de crisis, por ejemplo, en 2002. Ahora queda por verse si la fragmentación es pasajera -sobre todo a medida que se vaya atenuando el influjo del mujiquismo y sus aliados, que practicaron la confrontación como método por excelencia a falta de otras ideas-, o ya caló demasiado
hondo en nuestro organismo.

* Columna publicada en el semanario Voces, N° 549, jueves 16 de febrero de 2017.

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(1) …​ «la ofensiva liderada por la derecha en la región, al servicio de intereses imperialistas, va dirigida a afectar los mecanismos de integración regional, construidos en los últimos 15 años en América Latina y el Caribe, que se llevó adelante sin exclusión de países por diferencias políticas o ideológicas». («La Mesa del FA denunció ‘ofensiva de la derecha’ contra Venezuela”, El Observador, 9/12/2016)
(2)​ Ver al respecto el coloquio «Instituciones democráticas y formación del gobierno en el Uruguay: con Carlos Pareja y Romeo Pérez Antón» en Cuadernos del Claeh, vol. 34, n. 101.
(3) «La Constituyente de 1916, Fundación de la democracia», Ediciones de la Plaza, Montevideo 2016.
(4) La clave está en el desempeño legislativo​: en todos estos años los sectores que conforman el Frente prefirieron mantener la unidad y la disciplina férrea que tomar en cuenta iniciativas ajenas aún en los casos en que existía un acuerdo básico con la oposición. Este asunto gravita más que la incorporación de representantes de otros partidos en los entes autónomos y los servicios descentralizados.

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