A pocas semanas de la primera vuelta electoral del 27 de octubre, es difícil escapar del ruido de campaña para pensar en el rendimiento conjunto del sistema. Desde la reforma de 1996 cada elección parece reducirse a una batalla por la Presidencia de la República, sobrecargada además por el extraño mandato que deriva de la segunda vuelta. Jorge Batlle estrenó estas reglas como Presidente, debió armar mayorías en el Parlamento y desde allí logró atajar algunas de las calamidades financieras de la crisis desatada en agosto de 2002. Luego, como es sabido, el Frente Amplio gobernó con mayorías en las Cámaras, en condiciones de legislar en sintonía con el Ejecutivo y de resistir los controles e iniciativas de la oposición. Hace muchos años, entonces, que las mayorías obtenidas en buena ley privaron al país de la práctica del cogobierno entre partidos y, más aún, del tendido de puentes capaces de alinear afinidades y preferencias de un modo diferente.
Parece haber madurado un escenario en el que difícilmente el próximo gobierno cuente con mayorías propias. Desde hace un año, entre los partidos de la oposición se afirma la idea de una coalición que sustituya a la que gobierna desde 2005. ¿Cómo será? ¿De qué modo se construirá? ¿Para qué? ¿Se trata de cambiar una mayoría por otra, una coalición- partido por una coalición de partidos?
El candidato colorado Ernesto Talvi se lamenta estas semanas de no poder ingresar al podio de los debates televisivos, mientras que el candidato del gobierno Daniel Martínez y el opositor blanco Luis Lacalle Pou cierran el círculo mediático de dos, en recíproco beneficio. Puestas las cosas bajo el paraguas de la elección racional todo luce lógico, irremediablemente lógico. Pero si se repara en el carácter parlamentario de la elección de octubre, estos asuntos admiten otra perspectiva que podría dar razones para un debate público entre Lacalle y Talvi. Hay un margen para la deliberación pública entre los partidos predominantes de la oposición, un interés ciudadano –tal vez- por averiguar qué coalición se pretende y para qué. Si su objetivo es la mera alternancia, la consecuencia de esta aspiración habrá de ser la agrupación de todas las fuerzas bajo el ala del desafiante, en el balotaje. Si fuera, en cambio, la afirmación de un programa de acción que sacara al país de la polarización y lo hiciera en torno a media docena de asuntos, la coalición alternativa necesitará límites, definiciones que incluyan y excluyan a la vez y que la ciudadanía conozca de antemano. Es riesgoso para los que se disputan la cabecera, pero es mejor para completar el proceso de decisión del electorado y orientar la acción de los partidos.
El ecosistema de la política en tiempos electorales no ayuda a este discernimiento. Entre los políticos, los periodistas, los analistas, los encuestadores, las empresas de comunicación y las redes sociales se dibuja un escenario “a la baja”, poco exigente, que piensa la política en términos de pronóstico y primicia, “de jugadas” más o menos exitosas, solo atento a la pregunta ¿quién será el próximo Presidente? Es importante pero no tanto.