“Creía que las normas que se aplicaban a todo el mundo no se aplicaban a él” (Nelle Harper Lee sobre Truman Capote).
En marzo pasado, durante una marcha que encabezó en apoyo al gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela, el ex presidente José Mujica declaró con su peculiar manera de expresarse: “Tenemos derecho cada pueblo a su suerte sin que se metan de afuera. Llevar nuestro destino en el acierto o en el error”. [1] Sin embargo no fue así como se comportó en sus relaciones con los países de la región.
Ya durante la campaña electoral que lo elevó a la presidencia, Mujica aceptó como la cosa más natural del mundo que intervinieran en su favor gobiernos de terceros países, sin percibir que se trataba de un acto de enorme deslealtad hacia los demás partidos y la ciudadanía, y una flagrante distorsión de la reglas de juego. En Una oveja negra al poder [2], libro de reciente aparición que recoge las confidencias del ex presidente a dos periodistas de Búsqueda a lo largo de muchos años, se cuenta que recibió la ayuda expresa de Venezuela, Brasil y Argentina, y que la misma fue decisiva para el resultado final. En los dos primeros casos no se especifica qué tipo de apoyo brindaron sus gobiernos (lamentablemente este punto queda sin aclarar), pero sí se relata con cierto detalle la participación del gobierno de Cristina Fernández. [3] El propio Mujica cuenta lo siguiente:
“Los argentinos nos dijeron: ‘vos pedinos lo que precises, lo que precises te lo damos’. Fue (Julio) Baráibar en representación mía después de la primera vuelta y les pidió algunas cosas. Todo lo que les pidió se lo dieron…”
La ayuda consistió en medios de traslado para uruguayos radicados en distintos puntos de Argentina, grandes pegatinas de convocatoria en Buenos Aires y licencia laboral para los que cruzaran a votar. Si bien no se podía saber con absoluta certeza lo que finalmente haría cada uno de esos ciudadanos en el cuarto secreto, era de presumir que quienes respondieran a la convocatoria hecha por el Frente y el gobierno argentino se inclinarían mayoritariamente por Mujica. Al menos eso fue lo que pensaron las dos partes que orquestaron la operación. Todo esto se narra en el libro aludido y contradice aquello que Mujica llama “[el] derecho [de] cada pueblo a su suerte sin que se metan de afuera … llevar nuestro destino en el acierto o en el error”. En el caso que acabamos de referir, nuestra “suerte” vino con los dados cargados.
El otro acontecimiento que se aleja notoriamente del postulado de Mujica es la suspensión de Paraguay del Mercosur que ha sido debidamente analizada por uno de nuestros columnistas, Rodrigo Ortiz, en este mismo portal. Se trata de un traspié de enorme carga simbólica pues nos coloca en línea con uno de los sucesos más desgraciados de nuestra historia (la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870), que tuvo visos de genocidio. Real de Azúa calificó a Venancio Flores, cómplice de Brasil y Argentina en el avasallamiento del Paraguay, como el más grande traidor de nuestra historia). [4]
Muy llamativos son los entretelones que se narran en el libro Una oveja negra al poder, que a Mujica le sirvieron para justificar la medida. Repasemos brevemente los hechos. El Congreso paraguayo le hizo un juicio político al presidente Fernando Lugo y lo destituyó de su cargo. El procedimiento fue poco elegante pero se ajustó a los mecanismos previstos por la Constitución. En ningún momento se produjo una ruptura del orden democrático y la transmisión de mando al vicepresidente Federico Franco (de la misma Alianza Patriótica para el Cambio que llevó a Lugo a la presidencia) se realizó sin contratiempos. Franco completó su mandato en tiempo y forma y se realizaron nuevas elecciones presidenciales y legislativas en las que triunfó el Partido Colorado.
Según el libro que venimos citando, Mujica vacilaba en sancionar a Paraguay pero recibió un mensaje confidencial de la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, en el que le comunicaba que, de acuerdo a informaciones de los servicios de inteligencia brasileños, venezolanos y cubanos, en Paraguay se había producido un golpe de estado llevado a cabo por grupos mafiosos. Dicha notificación lo convenció de que había que aplicarle una sanción. Es decir, el respeto por los procedimientos constitucionales manifestado por los paraguayos no bastaron para convencer a Mujica de que no se había violado el Protocolo de Ushuaia sobre Compromiso Democrático; más peso tuvo la trama oculta (¿quién puede desmentirla?) que le revelaron los servicios secretos de tres países que estaban interesados en sacarse a Paraguay de encima y meter a Venezuela en el Mercosur. De este modo terminó convalidando prácticas que no son otra cosa que una clara intromisión en los asuntos internos de un tercer país, violando los compromisos y las disposiciones existentes y en clara contradicción con el principio de no injerencia al que supuestamente adhiere. Como premio consuelo le ofreció a Paraguay que participe en el puerto de aguas profundas que, según sus propias palabras, tardará 30 ó 40 años en realizarse.
En cambio, Mujica no intervino donde debió intervenir porque así lo avalan los acuerdos que firmamos con nuestros vecinos. En sus años de mandato continuamente se produjeron sucesos en tres países del Mercosur que justificaban la aplicación del Protocolo de Ushuaia. Un caso notorio es el célebre “mensalão” en Brasil, la práctica que consiste en sobornar a legisladores para que voten lo que les propone el gobierno. O los escándalos de Petrobras que trascienden las fronteras nacionales y comprometen a otros países del Mercosur. Algo similar cabe decir de Argentina donde el gobierno interfiere descaradamente en la Justicia, adultera o esconde datos de interés público, acosa de manera sistemática a la oposición y a la prensa no oficialista y apadrina graves hechos de corrupción. En ambos casos se violó dicho protocolo y no hubo ninguna reacción oficial condenatoria de parte de nuestro gobierno, ni siquiera un tirón de orejas a los que es adicto Mujica. [5]
Más grave aún es el caso de Venezuela. Ya en el momento de su admisión al Mercosur había suficientes motivos para que se le clausurase la entrada de acuerdo al Protocolo de Ushuaia. Desde entonces la situación se agravó considerablemente y no habido reacciones oficiales condenatorias a pesar de las evidencias. En un foro online organizado por la BBC Mundo en abril de este año se le pregunta a Mujica acerca de su postura sobre Venezuela y sólo da respuestas evasivas (Los derechos humanos se están violando en todas partes) lo cual equivale a no decir nada, o usa argumentos de autoridad (No se ganan 14 elecciones sucesivas sólo a prepo) como si obtener la mayoría absolviera al gobierno de cualquier atropello institucional. En ese mismo foro también regala consejos cargados de cinismo (No me gusta que haya presos políticos. Preferiría que plantearan la opción del exilio) como si ambas cosas no apuntaran a lo mismo, esto es, impedir el libre ejercicio del derecho de oposición. En ningún momento reconoce que en Venezuela se están violando derechos fundamentales ni propone aplicarle sanciones como la que recibió Paraguay.
De todo esto se concluye lo siguiente: las razones del ex presidente para intervenir o no intervenir en un caso u otro fueron de naturaleza ideológica o por conveniencia y no tuvieron nada que ver con principios rectores. Su desinterés manifiesto por la convivencia democrática se refleja muy claramente en sus opiniones sobre la política argentina. Mujica en ningún momento se engaña sobre la naturaleza del peronismo. En Una oveja negra al poder opina que siempre estará en primera línea porque puede perder el gobierno pero no el poder (aquí confunde poder con fuerza o violencia: una cosa es la capacidad para ejercer la fuerza y la violencia -por ejemplo para obstruir- y otra el poder legítimo del gobierno). Y añade:
«Los peronistas tienen derecha, izquierda y centro y cuando están en el gobierno están todos peleados entre ellos. El problema es cuando están en la oposición. Ahí están todos juntos y te masacran.»
En una entrevista que le hizo La Diaria el 5 de febrero de este año se expresó en términos parecidos: si los peronistas no ganan le van a hacer la vida imposible al gobierno. [6]
Esto que Mujica describe se ajusta bastante bien a los hechos pero saca conclusiones que están en abierta contradicción con las razones que adujo para sancionar a Paraguay. De acuerdo a lo que declaró a La Diaria y confesó a los autores del libro en cuestión, su postura sobre la política argentina se resume así: a nosotros nos va bien cuando a la Argentina le va bien y a la Argentina le va bien cuando gobiernan los peronistas; en cambio le va mal con gobiernos de otros partidos porque los peronistas los masacran. [7] Es decir, en los hechos termina convalidando conductas notoriamente mafiosas. La diferencia es que en Argentina estas cosas ocurren a plena luz del día. En cambio, las que sirvieron para castigar a Paraguay se conocen por pruebas proporcionadas desde las sombras por servicios de inteligencia de países que carecen de Estado de derecho o cuyo Estado de derecho se halla en franca agonía. Así funciona el péndulo de Mujica.
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[1] Citado por el Universal de México en su versión online. La discordancia entre la persona del verbo y el adjetivo posesivo pudo deberse a un error de transcripción, aunque Mujica suele hacer esos malabarismos.
[2] Una oveja al poder, Andrés Danza y Ernesto Tulbovitz, Buenos Aires 2015.
[3] En el libro se sugiere que el acercamiento entre Cristina Fernández y Mujica se produjo por una mediación del entonces presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2011).
[4] Curiosa analogía: los gobiernos de Brasil y Argentina apalancan a Mujica a la presidencia y éste les devuelve el favor castigando a Paraguay. ¿Será verdad aquello que escribió Marx parafraseando a Hegel que los grandes hechos de la historia se repiten dos veces, una vez como tragedia y la otra como farsa? (Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte).
[5] En Una oveja negra al poder justifica el uso del mensalão por parte de Lula como un tributo que la izquierda debió pagar por los pecados de origen de la política brasileña (el mensalão es más viejo que el agujero del mate). Así se termina disculpando cualquier acto de corrupción política.
[6] «Lo que tengo claro es que el próximo gobierno debe ser peronista, porque si no es peronista, pobre Argentina.» (La Diaria, 5 de febrero de 2015)
[7] Las malas relaciones con el matrimonio Fernández-Kirchner y las peores con Perón en la primera época (1946-1955) desmienten esta teoría pero no es lo que importa aquí.