Se van para atrás*

El asunto pasó como ráfaga en la plaza pública y merecía más calma: una agrupación de padres de alumnos de escuelas y liceos pidió a las autoridades de la educación participar en las decisiones respecto a la educación sexual de sus hijos, niñas y niños del Uruguay. La petición es extensa y fundamentada, también controversial como lo supone una cuestión de este tipo. Meses más tarde, las autoridades de la educación dieron a esta solicitud –repito: que los padres intervengan en la educación sexual de sus hijos- una respuesta negativa, errónea e incomprensible desde el punto de vista técnico y ciudadano.

La negativa es injustificable porque, entre otros tan pobremente expuestos, se apoya en un argumento falaz, visiblemente tramposo: los padres no tienen capacidad ni -en consecuencia- potestad, para opinar sobre lo que sus hijos deben aprender. Ni en aritmética y geometría, o química orgánica, o en poesía modernista … por lo tanto, tampoco en la formación de la vida sexual y sus conexiones con la afectividad. Todo parece lo mismo, aunque es evidente que no es lo mismo. Más en general, la patria potestad se termina en la puerta de la escuela o el liceo, allí donde comienza, entre expertos, luminosa y depuradora, “la ciencia” destinada a enterrar la ignorancia y la barbarie que traemos del hogar. El admirado José P. Varela habría firmado con entusiasmo una idea como esta.

A pesar de ese paraguas de prestigio, a esta altura no deberíamos aceptar tan mansamente que las autoridades de la educación muestren esa notable incapacidad para distinguir con sencillez la formación académica de la formación moral de los alumnos. Esto –digo por las dudas- sin renunciar a los vínculos entre ambas dimensiones.

Pero el problema es todavía un poco más grave: no podemos estar seguros de que esta idea, que ya tiene como 250 años, sea exclusiva del gobierno y de los administradores de turno; creo que también le gusta a muchos padres (al menos hasta que la sienten en carne propia). Dice algo así: la educación no es de la gente, de la sociedad, la educación es del Estado que la resuelve en su nombre. Entre sus atribuciones está la de definir la moralidad, la subjetividad, la sexualidad por supuesto. Una demencia.

Claro, hay una densa historia en todo esto. Se me ocurre resumirla en dos preguntas más generales que nos remiten tanto a emancipaciones vigorosas como a calamidades e infamias: ¿quién protege a los niños de sus padres? Y a la vez, ¿quién protege a los niños de la escuela? Porque ambos, los padres y la escuela, tomados como institución, pueden causar un enorme daño a los niños, lo han hecho y lo seguirán haciendo.

En consecuencia, lo más prudente y lo más sabio, es abrir las escuelas y liceos, hacer de ellos espacios de responsabilidad compartida sin temas prohibidos, lugares de exigencia recíproca, sin autoritarismo. La escuela y la familia están en crisis, ¡qué noticia! Pero aun así, las mejores escuelas del mundo, que las hay en muchos países, son abiertas; son aquellas en las que ningún actor es el guardián exclusivo de los derechos de los niños, las niñas y los adolescentes.

__________________

Columna emitida en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, viernes 3 de agosto de 2018.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *