Maldito balotaje (o la naranja seca)*

La iniciativa política de Julio María Sanguinetti puede ser la última que se tome en el país, antes de la Copa del Mundo. Confieso que me da pereza, mucha pereza pensar en el Uruguay que se asoma y se dispone, luego de la fiesta global del fútbol, a iniciar el largo proceso de formación del próximo Gobierno.

No quiero ser mal interpretado: celebremos la política, el debate, la elaboración exigente de preferencias ciudadanas, la contienda de ideas y proyectos…la democracia republicana al fin y al cabo. Lo que me desanima es que vamos -otra vez- a caer en la pendiente del balotaje, en el país de los dos bloques enfrentados, vamos al Uruguay de las mitades que no se hablan, o apenas lo hacen. Esta naranja partida al medio ya no da más jugo.

El doctor Sanguinetti es uno de los más experimentados políticos del país. Es probable que su iniciativa reavive la fibra colorada y batllista; y es casi seguro que luego de su disputa interna y de las elecciones parlamentarias, el Partido Colorado sume su fuerza a la del Partido Nacional, el que ya muestra una importante ventaja de cara a las elecciones como para ser la segunda fuerza electoral del país.

La visita del viejo dirigente colorado al histórico despacho de Luis Lacalle Pou, con la presencia de su contendor-correligionario Jorge Larrañaga, es la base de un acuerdo político y electoral que bien podría fundar el bloque alternativo al gobierno del Frente Amplio.

Nadie puede discutir las premisas mecánicas de este acercamiento: los blancos solos no ganan, los colorados, si votan bien, son imprescindibles para esa victoria. Si a ellos se le suman los partidos más chicos la victoria en las urnas estará al alcance de la mano.

Afortunadamente no sabemos lo que va a ocurrir.

Más interesante, me parece, al menos ahora, es plantear un problema para pensar. ¿Cómo armamos el Gobierno en el Uruguay? Desde la reforma de 1996 todo se hace pensando en el premio mayor, en la batalla por la Presidencia.

Ese torneo es entre dos bloques; cada uno de ellos somete a sus miembros a la disciplina y obliga a los demás partidos a alistarse. Este torneo es bastante mediocre, aplasta matices y diferencias, aleja a los que piensan cosas parecidas sobre temas importantes. El que gana pone el Presidente; el que pierde espera su turno cinco años, mientras se opone, necesariamente, a todo cuanto venga del Gobierno. No hay legisladores, hay soldados…

Así elegimos y armamos el Gobierno, así estamos trancados en tantos asuntos. Confieso: me da mucha pereza imaginar cualquiera de los dos escenarios, gana el bloque 1, pierde el bloque 2, todos nos vamos cinco años a las trincheras. Ahora que lo digo otra vez, más que pereza me da pavor. Me recuerda un poco a la Guerra Fría.

Me gustaría hacer una invitación: imagine usted un día en el que se arma el Gobierno de otro modo, a partir de un programa mínimo y fuerte, respaldado por una mayoría corresponsable formada en el Parlamento, con ministros que son ministros mientras mantienen ese apoyo para hacer la tarea previamente definida.

Imagine usted un día en que no importe tanto quién es el Presidente.

Para esto ni siquiera hay que esperar a las próximas elecciones. Tampoco (me dicen los que saben) hay que reformar la Constitución.

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Columna emitida en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, viernes 1 de junio de 2018.

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